Nuestra vida es tan corta y pasajera sobre la tierra, que creo que ninguno se siente satisfecho de sus logros al final del camino. Somos efímeros, y como la sombra que pasa; hoy somos, y mañana dejamos de ser. Somos un suspiro en relación al tiempo, y como la noche que pasa dándole lugar a un nuevo día.
Esa relación de corta vida y tiempo limitado, se da por causa de la maldición del pecado. Desde que nacemos estamos abordando una barca sobre el inmenso mar del tiempo y las sazones. De pronto, nos damos cuenta que somos movidos por los vientos del mal. Ese es el destino de todo ser viviente sobre la tierra; nacer, vivir, reproducir vidas semejantes, y morir. Estamos marcados por un destino sin salida, y sin ninguna posibilidad humana de cambio. Estamos resignados; queramos o no, a la futilidad de la vida. Además, todos estamos sujetos por la ley de la vida, a la vanidad de los días cortos y los sinsabores de la existencia.
¡Gracias a Dios que hay esperanza! – ¡Si! – Porque la buena noticia del cielo nos trae la luz de la esperanza en Jesucristo. Ningún otro líder en el mundo, ningún otro libro sobre la tierra; nos pueden dar esperanza y salvación, como Jesucristo revelado en las Escrituras lo puede hacer.
La vida de Jesús se sujetó al tiempo. Jesús nació y vivió bajo un designio diferente. Por tal razón, Jesús pudo traspasar la barrera del tiempo; porque, aunque sus días estaban contados, después de muerto resucitó al tercer para darnos salvación y esperanza de eternidad.
Creer en Jesucristo, es creer en la vida, en la esperanza, y en la fe de una vida eterna dada por El Salvador que conquistó la maldad. Esos vientos, aunque siguen siendo contrarios, no nos quitarán la esperanza de gloria y eternidad en Jesucristo.
¡Gracias a Dios! porque ahora tenemos los vientos del Espíritu que nos llevan a la esperanza de la vida en Dios. Los vientos de Dios, son de Verdad, y esperanza de eternidad. En Jesús hay salvación; y en él, un designio diferente a aquel que fue marcado por el pecado.
¡Gracias a Dios por Jesucristo!