Sucedió hace muchos años. Fue un hombre dedicado a una profesión muy peculiar. Era ladrón, y posiblemente las circunstancias alrededor de él fueron la razón de su estilo de vida. ¿Quién quiere ser amigo de un ladrón? – Casi ninguno. Con la excepción de aquellos que están obligados por medio de una relación forzosa con alguno de ellos. Ninguno de nosotros quiere estar rodeado de personas de mala reputación; mucho menos, si se trata de personas que infringen la Ley. Su vida transcurría de esa manera, haciéndolo un hombre duro y con hábitos de maldad hacia los demás.
Finalmente, este ladrón fue apresado y encarcelado. No tuvo otra salida, sino la de aceptar su condición de malhechor. Llegó el día de su condena, y él no podía creer lo que le tocaba pagar por sus delitos y fechorías. Recibió la pena máxima de la Ley, «La Pena de muerte.» Talvés se sintió aliviado al saber que dos presos más iban a ser condenados como él. Conocía a otro que al igual que él habían transgredido la Ley, y ahora les tocaba morir. No obstante, no sabía del tercero a sufrir la crucifixión como ellos.
Se acercaba el momento, y pensó que todo había terminado. No tenía otra alternativa que maldecir, y vociferar escarnios y sacar su resentimiento del corazón. Según pensaba, su vida fue un fracaso y una miseria. De nada le había servido tener amigos, y alguno que otro familiar no muy lejano; puesto que nadie le había ayudado. Después de todo, nadie había hecho nada bueno por él; por lo tanto, su frustración y amargura se encendían más dentro de él.
Este ladrón, condenado a morir aceptó su destino y su fin terrenal. No tuvo creencias de una vida después de la muerte. Todo lo relacionó con lo terrenal en la vida corta y efímera de su existencia. No sabía lo que era vivir en esperanza. Tampoco había creído que había una vida más allá de la muerte. Casi siempre pensó que eso no era para él. Que lo más importante, era lo del momento, lo que tenía a la mano. Además, nadie tenía que decirle como vivir mejor. El era lo suficiente inteligente para saber que hacer en la vida.
Por fin, lo sacaron de la cárcel y lo llevaron al lugar para sufrir el castigo y enfrentar la cruda realidad de la vida. Iba resignado a su fin, y desesperanzado dirigió sus pasos al camino donde lo llevaban los guardias Romanos. Cual fue su sorpresa, que tanto él como su compañero; a juzgar por lo que veían sus ojos, recibieron mejor trato que el tercer condenado a la pena capital, porque su tercer compañero lucía muy mal y sin fuerzas. Este hombre (pensó él), ha de ser tan malo, que lo han castigado y maltratado. ¿Será un asesino? –¿Qué maldades habrá cometido, que lo tienen desangrando y con una corona de espinas en su frente?.
Cuando ya estaban sobre la cruz, sufriendo los dolores de la muerte, la euforia de la gente se levantaba de forma inusual sobre el hombre número tres condenado como él. Los dolores de los clavos eran insoportables, y sentían desgarrado el corazón. Este ladrón sintió el mismo deseo de los demás de gritarle y proferir maldiciones sobre él. Oía que la multitud gritaba desenfrenadamente injurias sobre él. Oyó que decían su nombre y el grito de la multitud y de los líderes religiosos del pueblo eran imparables. No pudo evitarlo, aunque no lo entendía, seguía enfurecido igual que su compañero de condena, aún a pesar de su condición de angustia al morir. Aquello no parecía parar. Era indescriptible lo que estaba sucediendo en aquel escenario de un pueblo religioso; aunque estaban en medio de una celebración de supuesta gratitud por la liberación de la opresión en su pasado.
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De pronto, en medio de tan espantosa escena, tuvo una reacción en su interior. Sintió que ese hombre era inocente, que su causa era justa, e injusta su sentencia. Su corazón palpitaba más fuerte que sentía ahogarse. Sintió que algo se derretía dentro de su alma, y que no podía seguir juzgando al que estaba a su lado sufriendo igual que él. No quiso seguir señalando a ese hombre compañero de dolor y del mismo castigo de muerte. Le miró al rostro con dificultad, y su mirada percibió más que la presencia de un simple hombre mortal. Lo ve, y no es un criminal, él cree ver a un ser humano inocente y sufriente por la maldad de otros.
…hasta qué finalmente brotó otra clase de palabras de su boca, diciendo: «Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.» — «Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.» Lucas 23:42-43.
Esto es conversión, transformación, regeneración. Un cambio de mente, un toque de Dios para un cambio de vida. Es una manera diferente de ver lo que otros no pueden ver. Las consecuencias de las acciones de aquel ladrón no fueron quitadas. La condena por su maldad se cumplió en él. No obstante, murió con esperanza. El vio a Jesús como Rey y creyó que un día regresaría con gloria, poder, y majestad. Cerró los ojos y perdió el conocimiento. Un hombre vio más que dolor y sufrimiento, él vio la majestad y gloria de un REY. ¿Tú lo has visto así?
Basado en Mateo 27:38-44 y Lucas 23:39-49.
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