¡Que lástima! que no puedas trepar árboles y comer de sus frutos.
¡Que lástima! que cuando llueve ya no puedas mojarte y saltar sobre los charcos.
¡Que lástima! que como antes ya no te importa ensuciarte las manos y mancharte las rodillas del pantalón con tal de jugar con tus amigos.
¡Que lástima! que no puedas correr y correr para ir a la escuela y ver a tus amigos.
¡Que lástima! que aquellos simples juegos y juguetes ya no te hagan reír más.
¡Que lástima! que no puedas juntarte con tus amigos debajo de un poste de alumbrado eléctrico, para contar y oír historias de miedo.
¡Que lástima! que no puedas ir al río y nadar; y después, recostarte sobre una piedra calentada por el sol.
¡Que lástima! que tus pasatiempos ya no sean tan emocionantes, como cuando creías ser bueno para todo lo que hacías.
¡Que lástima! que ya no puedas probar las comidas que hacía tu madre.
¡Que lástima! que ya no puedas dormir la siesta junto a tu padre en la misma cama.
¡Que lástima! que aquellos amigos de la infancia se hayan alejado de ti, y que algunos de tu antiguo vecindario hayan desaparecido.
¡Que lástima! que la vida te haya dado duros golpes y buenos momentos, y que no puedas cambiar o detener el tiempo.
¡Que lástima! que no comprendas que los años no se detienen, y que si te pones débil y cansado, es porque has vivido, has madurado y te haces viejo.
¡Que lástima! que algunos no creen que recordar es volver a vivir.
¡Que lástima! que no creas que lo que has vivido, Dios lo ha tenido bajo control.
¡Que lástima! que algunos hayan olvidado lo que vivieron cuando fueron niños.
¡Que lástima! no es un lamento, ¡Es un recuerdo! —Por eso, no te olvides, Dios te dio la vida, y te ha sostenido hasta hoy. Sólo una vez se es niño por fuera; pero, por dentro hay un niño que todavía quiere jugar.
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